Camarón y Paco de Lucía graban por primera vez en 1969 y obtienen una moderada repercusión con unos tangos extremeños que habían popularizado Ramón el Portugués y Juan Cantero. Camarón consagró el verso «La novia de Rintintín», la canción que le pedían niños como Remedios Amaya y Raimundo Amador cuando visitó el Polígono San Pablo donde vivían en Sevilla, después rebautizado el barrio como «Las 3.000 viviendas».

Estos discos iniciales dirigidos por Antonio Sánchez Pecino (el padre de Paco de Lucía) contienen flamenco antiguo, ejecutado sin ninguna vocación revolucionaria. «Cante clásico, maestría flamenca, toque de lujo, letras adecuadas y novedades dosificadas», escribe Faustino Núñez en la guía de audición del libro ‘Camarón vida y obra’, escrito junto a José Manuel Gamboa (SGAE, 2003).

La accidentada grabación del disco comenzó mal cuando a las primeras de cambio se quedaron sin la producción de Manuel Molina y sin la guitarra de Paco de Lucia. Aparecen Tomatito y Raimundo Amador, Kiko Veneno y Gualberto. Rubem Dantas y José Antonio Galicia. Tito Duarte y Diego Carrasco. Jorge Pardo y Manuel Soler. La psicodelia llega al flamenco con diez años de retraso respecto al verano del amor de los ‘hippies’ de San Francisco. Produce Ricardo Pachón y, a falta de más letristas, se recurre a los versos de Federico García Lorca.

La renovación no es sólo sonora, también se cambia la imagen. El fotógrafo es Mario Pacheco, que poco más tarde fundará el sello Nuevos Medios y se mueve con naturalidad entre jazzistas y flamencos y que había inmortalizado a Hendrix en la Isla de Wight una década antes. La colección de retratos de la grabación es antológica. En España se empezaban a ver las crestas ‘punkis’ y los flequillos de Los Ramones. Aquí no hay más nihilismo del habitual, aquí la filosofía es otra: «Volando voy, volando vengo y por el camino yo me entretengo».

‘La leyenda del tiempo’ tiene la belleza de lo imperfecto. En la remezcla del 35º aniversario se recupera parte de la voz genuina de Camarón que había sido sepultada por el abuso de ‘la rever’, muy de moda en aquellos años.

En su momento no gustó ni a los flamencos ni a los rockeros, con unas cifras de venta ridículas a pesar de contar con una canción de las hechuras de ‘Volando Voy’.

Grabado en el Cirque De Hiver en 1987. Un directo deslumbrante sin más compañía que Tomatito. La combinación entre un publico mayoritariamente francés que guarda un silencio casi religioso y una abundante y bulliciosa colonia española que jalea al cantaor traslada al oyente un clima casi perfecto. Comienza por alegrías donde entona las letras más celebradas con aromas de sal de la bahía: «Con la luz de un cigarro», «Dos cosas tiene mi ‘caí'» o «Yo pegué un tiro al aire». La cosa se vuelve muy seria con ‘Sonidos negros’, cante por tarantos en la que el cantaor entona la narración desde dentro de la mina. Aquí se sintetiza, de nuevo, la pena absoluta, el desgarro y ese levantarse de la silla del cantaor aclamado por el respetable porque no se puede, ni cantar más, ni se puede cantar mejor.

Lo bueno de las bulerías de Camarón es que son tristes y alegres al tiempo, los versos tristes te consuelan y los alegres te mandan al infinito… Y luego está la guitarra de Tomatito, que te repasa los estados de ánimo, te acaricia y te abofetea al tiempo. Una voz y una guitarra, la mezcla perfecta, no se necesita nada más. Hay dos versiones de ‘Pañuelo a rayas’, la tanda por bulerías que cantó de manera diferente dos días consecutivos. En la primera repite con una letra habitual por alegrías: «Que con la luz del cigarro». No importa el lapsus porque Camarón está de dulce: «Pañuelo a rayas con lunares coloraos». Y se paran los pulsos, la rotación del planeta y todo.